viernes, 25 de octubre de 2013

Kramer con Jabugo

el otro día mi madre fue al cine. ¿Y qué?, dirán ustedes. Pues que no pisaba una sala desde Kramer contra Kramer, allá por el Pleistoceno. Ama, no han pasado 30 años, han pasado 34. "Ya te acordarás. Vosotros ibais a Atocha y nosotras al festival de cine", me dijo antes de lanzarse a la aventura de volver a ver una película en una pantalla grande. Claro que me acuerdo. Imborrable el autógrafo que nos firmó Chanquete a las puertas del María Cristina. El caso es que antes de que diera el paso de regresar a las salas, como buen hijo le previne: "Ama, esto no es el cine Bidasoa ni el Avenida. Ahora ponen el volumen a tope y las salas son pequeñitas", le dije. "Tú tranquilo que estoy sorda como una tapia del oído derecho". Miento un poquito si digo que hace 30 años que no acudía al cine, porque hace no muchos años asistió a una de las galas del Zinemaldia en el Kursaal, que no es propiamente un cine. Dice que Pedro Piqueras (¿no sería Pedro Almodóvar, ama?) entregó un premio y que pusieron una peli de Anthony Hopkins en inglés con subtítulos. El caso es que el otro día se fue a ver Las brujas de Zugarramurdi por aquello de que se había rodado cerca de casa y había participado de extra alguna que otra vecina. Y he aquí su reseña de la película. "Con Zugarramurdi se han pasado 40 pueblos, Juanma. No se la aconsejo a nadie. Aquellos ruidos que parecía que te caían las brujas. Tu hermana decía lo mismo, mala, muy mala, pero tu cuñado no paraba de reír. Vaya película. Lo mejor de la tarde fue el jamón de Jabugo que merendamos". Ama, la próxima vez que no sea dentro de 30 años y que sea una romántica.

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