Primero fue Caja Navarra,
luego Corrugados Azpeitia, más tarde el equipo ciclista
Euskaltel-Euskadi, después Ibermática y ahora Fagor Electrodomésticos.
Por no hablar de Kutxabank, hasta hace nada la joya de la corona, y
ahora enfrascada en un rosario de recortes que afectan, sobre todo, a su
obra social, a la vertiente más cercana al ciudadano, a ese pequeño
torneo de pelota que ha dejado de patrocinar o a esa sala de
exposiciones que pone en venta. La crisis se está mostrando con toda su
crudeza y no distingue entre grandes, pequeños y medianos, ni entre
sectores productivos. Hoy cae una publicación como la revista Euskal Herria
(hace unos días se anunció su desaparición), mañana un mastondonte como
Fagor y pasado mañana el comercio de la esquina. ¿Se nos está
desmoronando el país a trocitos? No lo creo, aunque tampoco me alineo
con la corriente optimista que asegura que esta profundísima recesión
que ya va para cinco largos años, ha tocado fondo y ya solo queda ver la
luz al final del túnel. Con la crisis, llegan las dudas. ¿Tenemos
buenos gestores? ¿Es normal que nos gastemos un pastón en un megatren de
alta velocidad y estemos discutiendo durante 20 años para que Donostia
tenga una estación de autobuses decente? ¿Eran imprescindibles tantas
carreteras si luego no podemos pagarlas? ¿Eran necesarios tantos
polígonos industriales si no vemos más que carteles de Se vende? ¿Sabemos gestionar en la bonanza pero no en la escasez? Dudas, somos un mar de dudas ante un futuro incierto.
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