viernes, 4 de octubre de 2013

Yolanda

no es precisamente santo de mi devoción, pero el pasado miércoles, en las páginas de El Mundo, Víctor de la Serna resumía con acierto en qué consiste este bendito oficio del periodismo: "Periodismo es buscar información -cuanto más oculta, y cuanto más ocultada por los poderosos, más valiosa-, verificarla, analizarla, resumirla, redactarla y publicarla bajo cualquier forma, impresa o audiovisual". El autor realizaba esta definición ante la avalancha de charlatanes de feria y pseudoperiodistas que pueblan los medios de comunicación, sobre todo los talk shows. Buscar, verificar, analizar, redactar y publicar era el trabajo de Yolanda Montero, una periodista metódica, recta y seria cuando había que ser recta y seria, bromista cuando había que ser bromista, y cariñosa cuando tocaba ser cariñosa. En una profesión como ésta, en la que pasas más tiempo con tus compañeros de trabajo que con tu propia familia, creas lazos que duran toda la vida aunque te pases años sin ver a excolegas de redacción. Yolanda era peleona y directa. No se andaba con eufemismos. Nada de escribir que alguien "muere tras una larga enfermedad". Alguien muere de cáncer, del jodido cáncer, con sus seis letras. Era "extraordinariamente imperfecta", como bien la describió su compañero Álex en la despedida que se le tributó el jueves en el Aquarium. Una despedida preciosa y sencilla, en la que a todos se nos hizo un nudo en la garganta. Allí donde estés, correremos esa carrera que teníamos pendiente. Sin mallas. Para lucir piernas.

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