no es precisamente santo de mi devoción, pero el pasado miércoles, en las páginas de El Mundo, Víctor de la Serna resumía
con acierto en qué consiste este bendito oficio del periodismo:
"Periodismo es buscar información -cuanto más oculta, y cuanto más
ocultada por los poderosos, más valiosa-, verificarla, analizarla,
resumirla, redactarla y publicarla bajo cualquier forma, impresa o
audiovisual". El autor realizaba esta definición ante la avalancha de
charlatanes de feria y pseudoperiodistas que pueblan los medios de
comunicación, sobre todo los talk shows. Buscar, verificar, analizar, redactar y publicar era el trabajo de Yolanda Montero,
una periodista metódica, recta y seria cuando había que ser recta y
seria, bromista cuando había que ser bromista, y cariñosa cuando tocaba
ser cariñosa. En una profesión como ésta, en la que pasas más tiempo con
tus compañeros de trabajo que con tu propia familia, creas lazos que
duran toda la vida aunque te pases años sin ver a excolegas de
redacción. Yolanda era peleona y directa. No se andaba con eufemismos.
Nada de escribir que alguien "muere tras una larga enfermedad". Alguien
muere de cáncer, del jodido cáncer, con sus seis letras. Era
"extraordinariamente imperfecta", como bien la describió su compañero
Álex en la despedida que se le tributó el jueves en el Aquarium. Una
despedida preciosa y sencilla, en la que a todos se nos hizo un nudo en
la garganta. Allí donde estés, correremos esa carrera que teníamos
pendiente. Sin mallas. Para lucir piernas.
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