viernes, 27 de diciembre de 2013
Croquetas
El 24 de diciembre de 1993 sufrí un tremendo empacho con las croquetas de
la tía Mari Carmen en Mendiondo. Lo recuerdo bien porque era Nochebuena
(perdón por la broma). Aquello fue una ingesta masiva hasta hartar. Una
tras otra y, entre medias, una ostra. Veinte años después, creo que me
sentaron mal las de bacalao. Afortunadamente, con las croquetas no pasó
lo mismo que con el pacharán. Si de joven agarras tu primer ciclón a
pacharanes, ya no lo pruebas más en tu vida. Si hace falta te pasas al Licor 43. Aborreces el pacharán. Con las croquetas no, sobre todo
si las elaboran en Hamaiketako o la otra Mari Carmen, que debería
patentar las cuadraditas. El caso es que desde aquel empacho afronto la
sucesión de comidas y cenas de estos días con cierta prevención. Y
aunque está comprobado que no sirve para nada, antes de una comilona
quemo grasa para hacer sitio en el estómago a las toneladas de calorías
que van a entrar en forma de langostinos, caracoles, cordero, pescado,
licores varios, roscos, mazapanes, turrones y polvorones. Ya digo que no
está científicamente comprobado, pero tampoco está comprobado que poner
una cucharilla en una botella de cava sin terminar sirva para algo, y
todos lo hacemos. O lo de servir
unos polvorones que siguen ahí, sin probar y en el mismo plato, siete
meses después, en sanfermines. Recuerdan a los caramelillos que adornan
la opila que, una vez devorado el bizcocho, se quedan en el cartón hasta
los sanmarciales, fecha también propicia para los empachos. Sean
buenos. Y disfruten lo que puedan o les dejen en 2014.
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