martes, 4 de febrero de 2014

De catástrofe en catástrofe

Hoy se cumple el día número 35 de 2014. Desde que sonaron las campanadas de Nochevieja hasta este martes 4 de febrero, nuestras vidas se han convertido en una página de sucesos de nunca acabar. Vivimos de susto en susto, de emergencia en emergencia, de catástrofe en catástrofe, en una concatenación de alarmas amarillas, naranjas y rojas que es un sinvivir. Solo falta un temporal de nieve de los de antes para completar el paisaje de desgracias e imprevistos con el que hemos estrenado el año.
Primero, el 1 de enero, fue el devastador incendio de Trintxerpe que dejó sin casa a casi medio centenar de familias en las primeras horas de 2014. Sin reponernos de esta tragedia, llegaron las gigantescas olas del fin de semana de Reyes, que provocaron daños de consideración en establecimientos de la Parte Vieja. Como de agua estamos sobrados, a los pocos días los vecinos de Txomin y Martutene volvieron a estar en vilo por la subida del caudal del Urumea, que en esta ocasión no causó los graves desperfectos de otras ocasiones. La semana pasada, el mar rugió con más furia de la habitual y dio un primer aviso causando roturas varias en el puente del Kursaal y en el Paseo de Salamanca. Y para rematar, el domingo llegó la madre de todos los temporales para llevarse por delante, trozo a trozo, a bocados de olas, la imagen de postal de Donostia, y dejando como unos zorros el litoral que va desde Biarritz hasta Muskiz. Si retrocedemos no ya unos días sino varios meses, nos encontramos con la sucesión de desprendimientos de la primera mitad de 2013 o la caída de piedras que obligaron en noviembre a cerrar el Paseo Nuevo.
Para mañana se anuncia la llegada de otro temporal de olas, quizás el único fenómeno meteorológico (nieve aparte) que la ciudadanía observa como quien ve una película de acción. Es un sinvivir, amigos. Se diría que en Euskadi, y con especial virulencia en Gipuzkoa, han caído las Diez Plagas de Egipto.
Se suele decir que en las catástrofes sale a relucir lo mejor del ser humano. En este caso, frente a tanta calamidad en forma de inundaciones, incendios y temporales, es de resaltar la respuesta que han ofrecido tanto las autoridades (no importa las siglas que gobiernan) como todos los servicios de emergencias, desde quien activa la alarma hasta el que se encarga de recoger todo lo que la naturaleza ha destruido a su paso.
Hay que lamentar una víctima, pero resulta casi milagroso que tras una tempestad de semejante calibre no se hayan registrado más daños personales. La prevención y la buena coordinación, esta vez sí, han funcionado. Si muchas veces se critica la descoordinación, no está de más alabar el trabajo cuando se hace bien.

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