Hoy se cumple el día número 35 de 2014. Desde que sonaron las campanadas de
Nochevieja hasta este martes 4 de febrero, nuestras vidas se han
convertido en una página de sucesos de nunca acabar. Vivimos de susto en
susto, de emergencia en emergencia, de catástrofe en catástrofe, en una
concatenación de alarmas amarillas, naranjas y rojas que es un
sinvivir. Solo falta un temporal de nieve de los de antes para completar
el paisaje de desgracias e imprevistos con el que hemos estrenado el
año.
Primero,
el 1 de enero, fue el devastador incendio de Trintxerpe que dejó sin
casa a casi medio centenar de familias en las primeras horas de 2014.
Sin reponernos de esta tragedia, llegaron las gigantescas olas del fin de semana
de Reyes, que provocaron daños de consideración en establecimientos de
la Parte Vieja. Como de agua estamos sobrados, a los pocos días los
vecinos de Txomin y Martutene volvieron a estar en vilo por la subida
del caudal del Urumea, que en esta ocasión no causó los graves
desperfectos de otras ocasiones. La semana pasada, el mar rugió con más
furia de la habitual y dio un primer aviso causando roturas varias en el
puente del Kursaal y en el Paseo de Salamanca. Y para rematar, el
domingo llegó la madre de todos los temporales para llevarse por
delante, trozo a trozo, a bocados de olas, la imagen de postal de
Donostia, y dejando como unos zorros el litoral que va desde Biarritz
hasta Muskiz. Si retrocedemos no ya unos días sino varios meses, nos
encontramos con la sucesión de desprendimientos de la primera mitad de
2013 o la caída de piedras que obligaron en noviembre a cerrar el Paseo
Nuevo.
Para
mañana se anuncia la llegada de otro temporal de olas, quizás el único
fenómeno meteorológico (nieve aparte) que la ciudadanía observa como
quien ve una película de acción. Es un sinvivir, amigos. Se diría que en Euskadi, y con especial virulencia en Gipuzkoa, han caído las Diez Plagas de Egipto.
Se
suele decir que en las catástrofes sale a relucir lo mejor del ser
humano. En este caso, frente a tanta calamidad en forma de inundaciones,
incendios y temporales, es de resaltar la respuesta que han ofrecido
tanto las autoridades (no importa las siglas que gobiernan) como todos los servicios
de emergencias, desde quien activa la alarma hasta el que se encarga de
recoger todo lo que la naturaleza ha destruido a su paso.
Hay que lamentar una víctima, pero resulta casi milagroso que tras una tempestad de semejante calibre no se
hayan registrado más daños personales. La prevención y la buena
coordinación, esta vez sí, han funcionado. Si muchas veces se critica la
descoordinación, no está de más alabar el trabajo cuando se hace bien.
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