a la orografía de este
país, que nos permite bañarnos en la playa y subir un pico de 1.500
metros en un escaso intervalo de horas, para ser perfecta solo le falta
un par de montes de más de 3.000 metros y una estación de esquí.
Seríamos la envidia del mundo mundial. Somos un pueblo al que le encanta
la nieve sin tenerla. Cada vez que La Concha amanece con un manto
blanco, ponemos cara de felicidad, nos echamos a la calle, los
periódicos nos liamos la manta publicando páginas y páginas, y las
autoridades se abroncan porque el temporal les pilla con los quitanieves
en el garaje. La nieve es un fenómeno, no paranormal, pero sí
excepcional. No es que nieve a gusto de todos, es que es raro que nieve
en zonas que no sean las cotas más altas. El récord de precipitaciones
está en febrero de 2005, cuando nevó en Gipuzkoa durante diez días
seguidos. Pero si Suiza competía en la Copa América de vela sin tener
mar, nosotros somos los amos de la barraca en la nieve sin tener nieve.
Tres guipuzcoanos compiten desde hoy en los JJOO de Sochi y un cuarto lo
hará en los Paralímpicos. La cifra (es la mayor representación de la
historia) habla, no solo de nuestra atracción por los deportes de
invierno, sino sobre todo de que hemos hecho de la cultura del deporte
una de nuestras señas de identidad. Nos gusta ver deporte, pero sobre
todo nos gusta practicarlo. Pocos territorios como este (con una
población que supera por poco los 700.000 habitantes) tienen tanta
representación colectiva e individual en deporte de elite, y aporta
tantísimos participantes a las competiciones de aficionados.
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