cada vez que acudo al
mostrador de un banco a facilitar los números de una cuenta corriente
para hacer un pago, me da un arrebato de desconfianza y pienso que me
voy a confundir al cantar las veinte cifras de rigor. Sucede lo mismo
cuando se manda un fax (si es que se siguen mandando) o cuando se envía
un correo electrónico a una de esas direcciones que mezclan
endemoniadamente números, letras y guiones bajos (cuánto daño ha hecho
el guion bajo en los correos). El caso es que, pese a mi natural recelo,
nunca me he equivocado y sí me ha sucedido a la inversa. El otro día me
ingresaron en una cuenta una considerable suma de dinero que no me
correspondía. Era el pago del alquiler de un piso realizado por un
extranjero. Supuse que la equivocación se resolvería con una simple
llamada mía al banco, pero no. "No se puede anular si no se hace en el
día (el ingreso era de varios días atrás) y además es un ingreso en
efectivo", me dijo la empleada, muy diligente, por cierto. Un par de
llamadas después, el entuerto se solucionó. El dinero desapareció de mi
cuenta, fue a parar al lugar correspondiente, el casero recibió su pasta
y el inquilino (si es que conoció el cruce de traspasos), digo yo que
respiró aliviado tras el baile de números.
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