El paisano que lanza una
piedra y rompe las lunas del escaparate del comercio de otro paisano
pierde la razón y se queda sin argumentos desde el momento en que el
pedrusco sale de su mano. Hay mil maneras de canalizar el hastío, la
rabia, el rechazo y, si se me permite, la mala hostia contra los
dirigentes de las elites políticas y económicas. De las mil maneras, la
violencia es la peor, el único recurso que deslegitima tu protesta.
Ahora que se han cumplido 25 años del movimiento insumiso, no está de
más recordar cómo hicieron de las protestas cívicas, la desobediencia y
la imaginación su razón de hacerse oír en la calle y ganarse el apoyo y
el aprecio de miles de ciudadanos. Y hay otra violencia, la verbal, que
no rompe escaparates pero a la postre arruina vidas. Christine Lagarde
es el paradigma. Exigir más reformas, más austeridad y los mal llamados
ajustes resulta violento. ¿Qué sabe ella, que luce un Hermès de a 6.000
euros el bolso, de contener los gastos? ¿Qué sabe ella de no poder
llegar a fin de mes? ¿Qué sabe ella de que se te acabe la prestación
social y no tengas para comer? ¿Qué sabe ella lo que es perder un puesto
de trabajo, una casa que no se puede pagar? ¿Qué sabe de tener que ir a
pedir comida porque hay bocas que alimentar? ¿En qué urnas la han
elegido? ¿En qué mundo vive?
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