Una semana después de la muerte de García Márquez, puedo desvelar un pecado que solo he confesado a un compañero de la redacción: no he leído Cien años de soledad. Sí, ya sé que es imperdonable porque es la novela que han leído millones de personas, pero no. Hace muchos años comencé a leerla, pero no me atrapó y la dejé a medias. Creo que el libro era prestado por un amigo, algo también imperdonable porque nunca debes dejar un libro a un amigo, so pena de no volver a verlo nunca más (al libro, no al amigo). Supongo que era esa etapa de la vida de estudiante en la que te enemistas con algunas grandes obras porque el profesor te las obliga a leer. No era el caso de Cien años de soledad pero sí de Miedo a la libertad, de Erich Fromm, otro tocho que se me atragantó. Con los libros puede pasar como con las salidas al monte: si de adolescente te obligan, de adulto las aborreces. Como periodista, siempre he prestado más atención a Crónica de una muerte anunciada. Ni se sabe la de veces que los periodistas hemos utilizado ese título. Vale tanto para rematar una crónica de un partido de fútbol como para arrancar la información de un crimen. El recurso a títulos de novelas y películas es muy socorrido. Lo practican hasta periodistas de ese medio que lo prohíbe expresamente en su libro de estilo. Sin perdón.
A mí también me entró mejor 'Crónica de una muerte anunciada' y sólo a la tercera pude con '100 años de soledad', que requiere un mayor esfuerzo. Merece la pena. De verdad.
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