Es el último gemido en las
redes sociales: hacer el amor (queda cursi pero no puedo describirlo de
otra forma porque este texto se lee en horario infantil), y colgar
luego una fotografía del revolcón en Twitter o en Instagram. La
soplapollez humana no tiene límites. Nos habíamos acostumbrado a que
amigos, familiares, conocidos y desconocidos nos hicieran saber en
tiempo real el plato que comen, el entrenamiento que acaban de
terminar, el partido que están viendo, los lugares que visitan, la
ropa que compran, los hijos tan guapos que tienen, la playa más cool,
el garito más in y la moda más off. Pero lo de contar vía selfie (un
autorretrato, vamos) el pedazo de kiki
que acabas de echar con tu pareja de turno, es lo más de lo más
(tontuno). Tiene hasta etiqueta (#aftersex) y viene a ser el cigarrillo
poscoital de toda la vida pero aplicado al siglo XXI, o sea, que tiene
que haber un smartphone de por medio para retratar la hazaña. En las
imágenes se ve a parejas, sobre todo heterosexuales, que se muestran
entre satisfechas, cansadas y dormidas. Lo que no sabemos es si la cosa
acaba siempre bien o hay gatillazos. Y menos sabemos aún si la moda ha
llegado a estas tierras, donde, asegura la leyenda urbana, es un
milagro llevar a un ligue a la cama. Con cámara y sin cámara.
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