Hay guipuzcoanos que, ya sea porque han desarrollado su carrera profesional o porque residen en el territorio vecino, parecen vizcainos y, viceversa, vizcainos que se dirían que son guipuzcoanos de toda la vida porque llevan un puñado de años por estas tierras. En la primera tanda se podrían citar varios nombres sin ser sospechosos de filias o fobias. Y a la inversa, hay una buena ración de vizcainos que creeríamos que son guipuzcoanos sin necesidad de mirar su partida de nacimiento. En la Real, por ejemplo, hay dos como mínimo. Gaizka Garitano, vizcaino de nacimiento (es natural de Derio), podría pasar por guipuzcoano. Y no solo porque jugó en la Real y el Eibar, porque entrena al equipo armero o porque actualmente vive en Zarautz. De puertas afuera, y ya que vamos de tópicos, el hijo de Ondarru responde al perfil que se asocia al carácter guipuzcoano: poco o nada estridente, noblote, recto, trabajador sin aspavientos y comprometido. En un equipo entrenado por Garitano sería impensable que, en una final ya resuelta con un 3-1, uno de sus jugadores celebrara un cuarto gol quitándose la camiseta y marcando abdominales. Simplemente, no es su estilo. El respeto al rival, saber ganar y, sobre todo, saber perder, se lleva en los genes. Va en el carácter.
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