de chavales, allá por los
primeros años 80, además de profesar una fe inquebrantable a la Real
campeona, simpatizábamos con clubes, equipos o deportes de lo más
dispar, ya fuera la NBA, el hockey sobre patines o el tenis. Servidor,
por ejemplo, era de los Lakers de Magic frente a los Celtics de Bird,
alucinaba con el soseras de Ivan Lendl, sufría con las varias vueltas al
mundo que Marino (¿hace falta poner el apellido?) completaba cada
temporada, flipaba con los atletas del Este (esa Jarmila Kratochvilova
que mantiene el récord del mundo de los 800, el más sospechoso de todos
los tiempos) o asistía a duelos épicos en la Liga de balonmano. Si en
alguna competición repartías tus filias y fobias era en el fútbol
europeo. Por aquello de la proximidad, tenía cierta simpatía por el
Girondins, por el Borussia Mönchengladbach (el nombre lo dice todo) y
por el Napoli desde que mi madre, de vuelta de un viaje por Italia, me
trajo una bufanda de aquel gran equipo que capitaneaba Diego Dios
Maradona. Pero el equipo con mayúsculas era el Liverpool. No hay razón
lógica que explique por qué durante toda mi vida he simpatizado con el
Liverpool, así que mejor no buscarla. Ahí andamos ahora, acariciando una
Liga que no catamos desde 1990. Ya va siendo hora.
Yo también soy de aquel Liverpool y uno de mis mejores recuerdos futbolísticos es un Liverpool, 2- Manchester United, 1, de septiembre de 2008, en compañía de mi hijo. You never walk alone!
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