Desde parvulitos (hoy
Educación Infantil) hasta acabar la carrera universitaria, son ingentes
las horas que dedicamos a la educación y la formación. Si cada curso
tiene un mínimo de 175 días lectivos y estudiamos durante 18 años, nos
vamos a 3.150 jornadas y más de 22.000 horas, sin contar los recreos,
los deberes, las horas en la cafetería o las largas tardes tumbados a la
bartola. O sea, que salvo que estudiemos Medicina, superados los veintipocos años
hemos metido ya unas cuantas horas en las aulas. Acabada la carrera,
que no la formación, descubres que en tres meses de trabajo aprendes más
que en un año en la universidad. La escuela de la vida le llaman. Lo
que no sabíamos era la influencia que pueden tener los profesores en
nuestras vidas. Un buen profesor te alegra la vida y uno malo te la
arruina. No lo digo yo. Lo dice el economista Raj Chetty, que explicaba
hace unos días en La Vanguardia que "él éxito en la vida
depende en gran parte de si tuviste buenos profesores. Un solo profesor
de valor añadido aumenta tus ingresos durante tu vida en 36.000 euros".
Según su teoría, corroborada con miles de estadísticas, una promoción de
alumnos con un profesor de "valor añadido" gana más dinero y está menos
expuesta a embarazos adolescentes o a la delincuencia juvenil. Y usted,
¿tuvo buenos profesores?
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