Si alguna vez se ha
tumbado a la bartola en la campa de Guadalupe, en Hondarribia,
seguramente habrá puesto sus posaderas en un banco realizado en bronce
que no es tal. Es una preciosa escultura de Remigio Mendiburu que
simboliza una txalaparta y está sujeta a la superficie con hormigón.
Desgraciadamente, en alguna ocasión ha sufrido el vandalismo de los
indeseables de turno. Si cruza a Hendaia por el puente de Santiago verá
una estela de Jorge Oteiza en la mediana de la carretera que, cómo no,
también ha tenido que ser reparada más de una vez. Nuestro paisaje
urbano y rural está trufado de esculturas, monumentos y símbolos, pero
muchas veces desconocemos su significado y, sobre todo, su autoría. Das
dos pasos y te encuentras con un obra de Oteiza en un recóndito hueco de
una iglesia de la Parte Vieja donostiarra, observas a diario sin
prestar atención por habitual varios emblemas creados por Eduardo
Chillida, acudes a la caja de ahorros y estás rodeado de pinturas de
Amable Arias, José Luis Zumeta o Rafael Ruiz Balerdi, caminas por una
plaza de Benta Berri y pisas el artístico pavimento de José Antonio
Sistiaga y te asomas al embalse de Arriaran y compruebas que Néstor
Basterretxea hizo arte de una presa. Arte vasco de vanguardia en estado
puro.
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