Superados los 40, e
incluso los 30 años, cuando sale uno de fiesta, tan importante como
pasarlo bien es decidir cuándo vuelves a casa. Una retirada a tiempo es
una victoria, reza el dicho que marca el antes y después de una
farrilla. Si no te retiras a tiempo, corres el riesgo de sufrir una
resaca de esas en las que tu lengua es una bola de polvorones, el cuerpo
no se coordina con la cabeza, te vence la somnolencia y pides
coca-colas a gritos. Si te marchas a tiempo, rebajas los padecimientos
que se sufren después de un día de jarana. Marcharte en plena juerga
está mal visto, así que hay que tirar de estrategias. La más socorrida
es despistar a la cuadrilla entre poteo de un bar a otro, y tomar las de
Villadiego. El caso es buscar una excusa y (muy importante) no ser el
encargado de llevar el bote. Siempre habrá alguien que te recordará que
ese será el último trago, la chopera, la espuela, que no te vayas, que
esta y ni una más. Hay tretas varias para escabullirse y luego está lo
que en la cuadrilla acabamos de bautizar como hacer un Endika.
Consiste en largarte a casa con el mayor de los sigilos, sin levantar
sospechas. Estás sentado de madrugada después de una recena en la
sociedad, te levantas como quien va al baño y te piras sin hacer ruido.
Al cabo de diez minutos, ya no hay rastro de ti. Mandas desde casa un WhatsApp al grupo y si te he visto no me acuerdo.
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