Pensaba
que tener un móvil de prepago era algo propio de hace diez años hasta
que, de charleta, tres amigos me aseguraron que apenas gastan diez euros
al mes en hablar por teléfono y que recurren a estancos, gasolineras o
quioscos cada vez que se les agota el saldo. Cracks. A la vieja
usanza, uno de ellos lleva en la parte trasera de su móvil (una pieza
digna de un museo) el número de teléfono adosado con un pedacito de post-it. Ese
es mi ídolo. El caso es que dos de ellos viven a caballo entre
Iparralde y Hegoalde, lo que les supone un engorro cada vez que cambian
de país y reciben la señal de otro operador distinto. En esta Europa que
todo lo unifica, llama la atención que aún existan barreras en las
telecomunicaciones. Se les llena la boca a los eurodiputados con lo de
la Europa sin fronteras, pero cada vez que atraviesas la muga, o bien
pagas más por hablar, o bien viajas con el temor a que te llegue una
factura en forma de clavada. Más de uno suele optar por una decisión
salomónica: apagar el móvil. El Parlamento Europeo ha fijado el 15 de
diciembre de 2015 como fecha tope para eliminar los recargos en las
tarifas (hay que ver qué prisas se dan para unas cosas), pero conociendo
a las compañías telefónicas, su penosa reputación y los beneficios que
logran con estos servicios, habrá que ver para creer.
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