“Juanma, los hombres cada vez se depilan más y están más
musculados”. Me lo suelta mi contraria de sopetón, sin tiempo para reaccionar,
después de visitar seis playas diferentes en otros tantos días y de manera
consecutiva, y de observar con disimulo (comme il faut) el paisaje y el
paisanaje que nos rodea. Lo dice en tercera persona del plural, no en segunda,
para que no me dé por aludido (que tampoco). No hace falta. Pertenezco a la
tribu de hombres (presumo que somos mayoría) que tenemos vello en todas partes
del cuerpo menos en la cabeza que es, precisamente, donde más falta nos hace.
Ni tanto ni tan calvo. Ya saben aquello de que si el pelo fuera importante,
estaría dentro de la cabeza y no fuera. El caso es que la moda del rasurado de
arriba abajo y de los músculos y tabletas de gimnasio como que no. A mi
generación le ha pillado fuera de onda. El otro día, en una tarde de piscina y
holgazanería, observé a un tipo que se rociaba la cabeza con un spray (digo yo
que sería laca) para mantener enhiesta su cabellera. Madre del amor hermoso. Por
supuesto, estaba depilado y lucía cachas. En fin, quedémonos con aquello de
hombre peludo, en la cama…, o con aquel sesudo estudio que afirmaba que los
hombres de pelo en pecho son más inteligentes que los lampiños.
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