viernes, 12 de septiembre de 2014

De prescindible a adictivo

Hace ya unos años, y no estoy hablando del Pleistoceno, tener un móvil era algo extravagante. No diré que estaba mal visto, pero sí era habitual encontrar más amigos que carecieran del aparato que un rara avis que lo tuviera y lo utilizara. De hecho, a más de uno le daba (y le sigue dando) reparo hablar con el móvil por la calle. Y existía una resistencia numantina a comprarlo. Incluso entre los periodistas, pese a que luego se ha revelado como un herramienta imprescindible para realizar este trabajo. “Ni tengo móvil ni lo voy a tener”, escuchabas a más de uno. Su expansión y popularización ha sido tan vertiginosa que hoy es complicado encontrar a alguien que no tenga el dichoso celular. Ha pasado de ser un artilugio prescindible a ser indispensable y hasta adictivo. No podemos vivir sin él, estamos enganchados, más aún desde que se ha convertido en un miniordenador que nos mantiene en permanente contacto con la familia, los amigos y el mundo que se mueve ahí afuera. Cada lanzamiento de un nuevo aparato se convierte en una ceremonia de resonancia mundial que los medios amplificamos. Ha sucedido esta semana con la marca de vanguardia. No le hace falta gastarse un duro en publicidad. Ya le hemos hecho el trabajo por adelantado.

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