viernes, 26 de septiembre de 2014

Dimitir, del verbo dimitir

No sé qué es más complicado: recordar cuándo marcó la Real un gol de falta directa desde el borde del área o hacer memoria de cuándo fue la última vez que dimitió un ministro del Gobierno español. Resolveremos la incógnita al final del texto. El caso es que estamos tan acostumbrados a que no dimita ni dios que tanta renuncia seguida nos pilla a contrapié. Primero se pira Gallardón y ahora el presidente de RTVE, Leopoldo González Echenique. Dos en tres días. La estadística hecha añicos. Amigos, no estamos preparados para tanta dimisión. Estamos habituados a los desmentidos, los pagos en diferido, las medias verdades, los rostros de mármol, las mordidas, los tresporcientos, las fortunas sin pegar un palo al agua y el escapismo. Dimitir, lo que se dice dimitir, es un hecho excepcional entre la clase política, cuando en realidad en muchas ocasiones es un acto de sinceridad. Lo has hecho mal, has perdido o te has equivocado, coges tus bártulos y te marchas a casa. Aquí sucede lo contrario. En lugar de dimitir, se practica el patapún p’arriba. Te ascienden a capitán general. Y, por cierto, gana la Real. Hace cuatro años (febrero de 2010) Bravo anotó un txitxarro en un lanzamiento directo y hace cinco que no dimitía un ministro forzado por las circunstancias (Mariano Fernández Bermejo en febrero de 2009).

No hay comentarios:

Publicar un comentario