No sé qué es más
complicado: recordar cuándo marcó la Real un gol de falta directa desde
el borde del área o hacer memoria de cuándo fue la última vez que
dimitió un ministro del Gobierno español. Resolveremos la incógnita al
final del texto. El caso es que estamos tan acostumbrados a que no
dimita ni dios que tanta renuncia seguida nos pilla a contrapié. Primero
se pira Gallardón y ahora el presidente de RTVE, Leopoldo González
Echenique. Dos en tres días. La estadística hecha añicos. Amigos, no
estamos preparados para tanta dimisión. Estamos habituados a los
desmentidos, los pagos en diferido, las medias verdades, los rostros de
mármol, las mordidas, los tresporcientos, las fortunas sin
pegar un palo al agua y el escapismo. Dimitir, lo que se dice dimitir,
es un hecho excepcional entre la clase política, cuando en realidad en
muchas ocasiones es un acto de sinceridad. Lo has hecho mal, has perdido
o te has equivocado, coges tus bártulos y te marchas a casa. Aquí
sucede lo contrario. En lugar de dimitir, se practica el patapún p’arriba.
Te ascienden a capitán general. Y, por cierto, gana la Real. Hace
cuatro años (febrero de 2010) Bravo anotó un txitxarro en un lanzamiento
directo y hace cinco que no dimitía un ministro forzado por las
circunstancias (Mariano Fernández Bermejo en febrero de 2009).
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