Paradojas del cine. A
partir de mañana, el Kursaal, el Victoria Eugenia, los cines Príncipe y
los cines Antiguo Berri se llenarán de espectadores ávidos de películas,
sean cuales sean. Lo mismo da un truño coreano que una obra maestra de
Dorothy Arzner. A 300 metros escasos del epicentro del cine (basta con
cruzar el puente sobre el Urumea), nueve salas se encuentran bajo la
amenaza del cierre. Ocine, la empresa que gestiona las salas del centro
comercial La Bretxa, ha presentado un ERE de extinción que afecta a una
quincena de trabajadores. Llama la atención el evidente contraste. De un
lado, un Festival que ha hecho del éxito de público una de sus señas de
identidad; del otro, nueve salas sobre las que se cierne la clausura
definitiva, se supone que porque no son rentables. Desde 2004 en
Donostia se han cerrado las salas del centro comercial Garbera, los
míticos cines Astoria y las diez salas que Warner Lusomundo regentaba en
el complejo de Illunbe. Argumenta un compañero que la sobresaliente
asistencia de los espectadores al Zinemaldia se debe, no solo a la
calidad que ofrecen las películas, sino también a que se trata de un
acontecimiento social. Seguramente, sin el envoltorio del Zinemaldia no
pagaríamos una entrada por ver algunos de los filmes que se proyectarán a
partir de mañana.
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