Uno de los placeres de subir un monte es llegar a la cima y divisar la sucesión de picos que se adivinan en el horizonte. Asciendes al Ibantelli o al Axuria, y tienes una panorámica tan incomparable como el marco. A un lado el mar, al fondo las Landas, y hacia el otro lado Larun, Ekaitza, Mendaur, más allá el Ori y, si las nubes lo permiten, a lo lejos se ve el afilado Anie. El perfil de Aiako Harria, que dicen que recuerda al rostro de Napoleón, se puede observar desde varios puntos, aunque puestos a recomendar, la silueta es preciosa desde la carretera que baja desde el alto de Lizuniaga. En tardes como las de esta semana, ver la puesta del sol en montes como Peñas no tiene precio. No digo que haya que aplaudir al estilo Ibiza, pero casi. Son tan versátiles las vistas, que un 15 de agosto te puedes plantar a las once de la noche en la cima de Larun y ver al mismo tiempo los fuegos artificiales de Donostia y de Biarritz. Resulta complicado distinguir montes que estén más allá del Pirineo navarro, salvo que seas Jordi Solé, Mark Bret y Juanjo Díaz de Argandoña, tres fotógrafos que este verano han captado una imagen de los Alpes... hecha desde los Pirineos, a casi 400 kilómetros de distancia. Va a ser verdad aquello que me dijo un familiar por vía paterna, que aseguraba convencido que desde la Ribera navarra se olía la brisa del mar.
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