A modo de los antiguos carruseles de radio, cada día que pasa conocemos un nuevo caso de corrupción. Antes nos cantaban goles, ahora nos cantan fraudes y putrefacciones varias en el mundo de la política, las finanzas y, ya puestos, incluso en el fútbol (el caso del presunto amaño del Zaragoza-Levante huele que apesta). La crisis ha desenmascarado la manera de proceder de gentes que no necesariamente visten de traje y corbata. No todos los que se lo llevaron crudo en los días de vino y rosas vivían en eso que se llama la clase pudiente. Que se lo pregunten a UGT en Andalucía o a CCOO en el escándalo que afecta a Bankia, ex Caja Madrid. El mangoneo de los consejeros es propio de sinvergüenzas. Mientras la caja desahuciaba sin piedad, embargaba pisos tras vender hipotecas basura y estafaba con las preferentes, sus directivos y los consejeros nombrados por los partidos políticos, la patronal y los sindicatos vivían a cuerpo de rey, de tarjetazo en tarjetazo, tirando de Visa Oro. De momento se saben los nombres y las cantidades, pero supongo que pronto se hará público el destino de esos gastos. Ayer se conocieron las primeras dimisiones y los primeros ceses. Cuánto miserable ha campado a sus anchas por ahí malgastando el dinero ajeno. Cuánta podredumbre.
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