Hace unos días, en una tertulia radiofónica debatían dos invitados sobre si un ministro debe conocer con profundidad la materia para la que ha sido designado. Vamos, si es obligatorio, o al menos necesario, que el ministro o el consejero de turno de Sanidad pertenezcan o procedan del sector, que cuando afronten un problema, sepan aplicar las soluciones porque dominan la asignatura. Con cierta frecuencia, y estos días resulta aún más evidente, comprobamos estupefactos que algunos de los altos cargos que nos gobiernan ni son los más capacitados, ni reúnen los requisitos que ellos sí piden para ocupar un cargo público, ni, por supuesto, disponen de la formación necesaria para la responsabilidad que tienen. En ocasiones, su meritocracia consiste en haber arropado al líder del partido en su carrera hasta el poder. Es un simple pago de favores. Tú me has apoyado y defendido, yo te recompenso con este Ministerio. Luego te encuentras con una Ana Mato, haces un ridículo espantoso y quedas con el culo al aire. Si, además, no eres un dechado de virtudes para comunicar una situación compleja, quedas retratado para la posteridad o eres pasto de las mofas en las redes sociales. Los que no saben ni tienen experiencia pero son listos, al menos se rodean de un buen equipo de asesores que camuflan sus limitaciones. No es el caso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario