una conocida empresa
guipuzcoana proveedora de todo tipo de material para el sector de la
construcción muestra estos días en uno de sus escaparates un gran
letrero con el siguiente mensaje: “¿Cocinas alemanas por menos de 2.000
euros?” Ingeniosa y llamativa campaña de publicidad para atraer a
potenciales compradores. A simple vista, parecería que lo importante no
es el producto sino su procedencia. Alemán se asocia a seriedad, a
tecnología y a eficacia, del mismo modo que francés se asocia a
refinado, nórdico a bienestar, saudí a lujoso, chino a barato y
norteamericano a sofisticado. Español, español se asocia a... Ponga
usted el calificativo. Se trata de tópicos que a veces se cumplen y en
otras ocasiones son desmentidos por la realidad de los hechos.
¿Compraría usted una cocina hecha en Barbate que costara 2.000 euros? ¿Y
una de Zumaia? ¿Y otra made in Taiwan? Todo es relativo. De
hecho, no dudamos en recorrer cientos de kilómetros para adquirir
mobiliario en las tiendas de una multinacional sueca, a sabiendas de que
lo importante que ofrece es el precio y el diseño, pero no tanto la
calidad. La única certeza es que, con la obsolescencia campando a sus
anchas, nada es para toda la vida.
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