Lo recuerdo como si fuera hoy. Volvíamos de jugar un partido de fútbol y, al aparcar el coche, el parte radiofónico (hoy boleto)
anunció más o menos lo que sigue: “Un miembro de ETA desaparece tras
escapar de la Guardia Civil en Endarlaza”. Que fuéramos unos renacuajos
no quitaba que no prestáramos atención a noticias como la que acabábamos
de escuchar o que fuéramos ajenos al macabro carrusel de atentados de
ETA de aquellos años de plomo. Pero algo olía a podrido en aquel
titular. Entonces, como ahora, se fabricó una versión oficial que no
casaba con la impresión que tenía la opinión pública. Las explicaciones
del Ministerio del Interior y de la prensa afín (cómo no recordar el
infame reportaje que emitió Informe Semanal) resultaban
inverosímiles, más aún para alguien, como nosotros, que conocíamos la
zona. ¿Escapar de la Guardia Civil por un agujero de uno de los túneles
de Endarlaza, tirarte al Bidasoa, nadar y ascender una de las escarpadas
laderas de roca que bordean el río? En fin. Rocambolesco. Ni era
miembro de ETA, ni escapó de los guardias, ni murió ahogado. Para buena
parte de la ciudadanía fue evidente que en Intxaurrondo se les fue la
mano. 29 años después, la muerte de Mikel Zabalza sigue impune y sus
familiares ni siquiera están reconocidos como víctimas de la violencia.
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