el otro día circulaba con
mi coche por la variante de Donostia cuando me adelantó un vehículo que
hubiera pasado desapercibido si no fuera porque encima de la puerta del
copiloto llevaba una sirena encendida (con luces pero sin sonido, por
cierto). De esas que vemos en las pelis de detectives de los USA, vamos.
Mi primera reacción fue pensar que era algún pequeño Nicolás
guipuzcoano que se dirigía, qué se yo, a las oficinas de la Real en
Anoeta a negociar un contrato para incorporarse al staff
técnico de Aperri. Vete tú a saber. El caso es que, picado por la
curiosidad, seguí desde una distancia prudente las maniobras del
misterioso coche. Al cabo de unos segundos adelantó a otro vehículo y
poco después se situó delante de él con la intención de que rebajara la
velocidad y se detuviera en el arcén. Como la variante es larga larga,
me dio tiempo a observar cómo del misterioso coche se bajaba un armario
enfundado en un uniforme de la Ertzaintza. No pude seguir más la
secuencia, pero supongo que aquel tipo le impuso al conductor una receta
de aúpa. Una multa así, con semejante despliegue de medios, tiene que
acojonar. Debe ser el top de las sanciones. Se ve que hay una escala
entre enviar a casa la fotito de la matrícula que saca el radar y que te
paren en el arcén cual delincuente.
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