viernes, 13 de febrero de 2015

El balón de Nivea

la última vez que me disfracé en carnavales fue tan memorable que nunca más he vuelto a salir. Fue hace más de diez años. Salíamos en cuadrilla vestidos de gitanos y gitanas a la antigua usanza, con carromato tirado por caballo, cabra (que luego se nos perdió), chimenea, tenderete con bragas y gayumbos, los cacharros de la cocina asomando por el ventanuco y una carga de botellas de Tío Pepe. Creo que fue también la primera y última vez en mi vida que he bebido Tío Pepe. Supongo que no desentonábamos porque cada vez que nos cruzábamos con un matrimonio gitano que reside en el pueblo, se descojonaban al vernos. Teníamos hasta patriarca, que luego supe que se apellidaba Amador, y creo que nos hacíamos llamar Los Heredia. No sé cómo acabé aquel Lunes de Carnaval, supongo que travestido como en otros tantos carnavales en los que salías de árabe y acababas con una media en la cabeza y zapatos de payaso. Apenas recuerdo que llevaba un sombrero cordobés, reliquia de otro disfraz en el que tres amigos protagonizamos el anuncio de Cola Cao de Rivaldo, Roberto Carlos y Denilson. Yo era Denilson hasta que a la hora del vermut me convertí en El Cuñao después de que un balón de Nivea me reventara media paleta que voló hasta el vaso. Echamos risas hasta que el dentista vino con la factura.

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