A los políticos les encanta poner fecha de finalización de los proyectos que presentan, y a los periodistas nos gusta llevar esas promesas a los titulares. El problema es que las palabras se las lleva el viento y la letra queda impresa en las hemerotecas. Pongamos por caso el faraónico TAV. Si hace el ejercicio de teclear en Internet las palabras “TAV, obras y acabadas”, comprobará (glups) que hay titulares que anunciaban la conclusión de los trabajos para 2013. Y donde pone 2013, entran sin calzador 2015, 2017 o 2019. Hace unos días, en una de esas visitas que tanto gustan a los cargos públicos, la ministra de Fomento aseguró que las obras finalizarán en 2019 y, casi de seguido, la consejera de Medio Ambiente y Política Territorial replicó que era un plazo muy ajustado. Traducido a román paladino, que no se sabe cuándo acabará un proyecto que se inició en 2006. Bajemos del TAV y vayamos a la reforma de Anoeta. De políticos a dirigentes del fútbol. Se empiezan a contar con dos manos las fechas de finalización de unas obras que no se sabe ni si empezarán. 2015, 2016, 2018... En realidad, para una vez que nos ponen una fecha fija, 2016, la Capitalidad de Donostia y todo lo que le rodea, lo convertimos en un guirigay que se conoce más por la sucesión de polémicas que por sus contenidos.
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