a veces los gerifaltes de
la economía europea (que no es lo mismo que la elite de las finanzas) te
ponen las columnas a huevo. Los jetas que exigieron a gobiernos como el
griego, el español o el portugués que metieran la tijera en la
educación y la sanidad, que no revalorizaran las pensiones, que
aplicaran el medicamentazo, que rebajaran los sueldos y que no
tocaran a los de siempre; esos jetas con cara de mármol que laminaron
los derechos sociales hasta límites insoportables; esos jetas que no
saben qué es vivir para llegar a final de mes; esos jetas de coche
oficial y hotel de seis estrellas, digo, se han pulido 1.300 millones en
la construcción de la nueva sede del BCE en Fráncfort. Austeridad pura y
dura. Han gastado 400 millones más de lo previsto (el presupuesto
inicial era de 850 millones) en el flamante edificio que domina el skyline
de la capital financiera alemana. Se ve que la receta que tanto les
gustaba predicar de limitar el gasto público no iba con ellos. La
astronómica cifra representa casi el doble del presupuesto anual de la
Diputación de Gipuzkoa. Resulta obsceno que la institución que
machaconamente ha exigido reducir el gasto, la que pagamos a tocateja
cada uno de los ciudadanos europeos, dilapide semejante pastizal.
Indecente es poco.
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