La web oficial del Tour
señala como vencedor de la edición de 2006 a Óscar Pereiro. Floyd Landis
se llevó los oropeles en el podio de los Campos Elíseos, pero pocos
días después se supo que el ciclista estadounidense había ganado la
decisiva etapa con llegada en Morzine dopado hasta las trancas con
testosterona sintética. Año y medio después, Pereiro recibió el maillot
amarillo en una ceremonia en Madrid tras la descalificación de Landis.
Uno siempre ha tenido la sensación de que el excorredor gallego es un
ganador del Tour en diferido, de segunda, con perdón. Sin entrar en
paralelismos, el Eibar puede lograr en los despachos la permanencia que
no consiguió sobre el césped, pese a que técnicos y jugadores se dejaron
hasta la última gota de sudor. La oportunidad que se le abre al club
armero habla muy bien de su gestión financiera y de sus saneadas arcas,
pero si sigue en Primera será por méritos extradeportivos, que también
cuentan aunque al aficionado le dejen una sensación agridulce. No es lo
mismo celebrar la permanencia con tu hinchada en Ipurua que hacerlo
después de recibir un frío comunicado de la LFP. No se trata de
cuestionar el legítimo derecho del Eibar a agotar todas las vías
(faltaría más), sino de subrayar la diferencia entre una permanencia
tangible e intangible, entre el descenso y la salvación ganada fuera del
verde.
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