No hay día sin un
indicador económico que nos señale que empezamos a ver la crisis por el
retrovisor. Organismos próximos y lejanos nos anuncian unas previsiones
con números y decimales que vete tú a saber si se cumplen porque nadie
se molesta en comprobarlo meses después. Soy de natural incrédulo, así
que me guío por lo que veo y observo a diario. A saber. Cada vez hay más
tráfico de camiones en las carreteras, por lo que deduzco que las
empresas marchan mejor. Obvio. Desde que se inventó el just in time,
las autopistas son almacenes rodantes. Segundo dato empírico. Desde
hace meses han crecido considerablemente las ofertas de trabajo que
publican los periódicos los domingos. Cuando más azotaba la crisis, no
había una sola. Ahora vuelven a brotar. Otra señal inequívoca de que
escampa es que algunos bares vuelven a cobrar 2,30 euros por un café con
leche, aunque uno no sabe si alguna vez dejaron de hacerlo. O qué decir
del pelotazo de Euskaltel, que recuerda a épocas que creíamos
olvidadas. Y la prueba definitiva de que volvemos a los tiempos de jauja
es que las televisiones emiten de nuevo el horripilante anuncio de
Marina d’Or, paradigma de la burbuja inmobiliaria y los años de los
gigantes con pies de barro.
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