Sara celebra mañana la 52ª edición del Cross de los Contrabandistas, en
el que los corredores evocan el estraperlo a ambos lados de la muga y
cargan con un saco de ocho kilos en la espalda
De un lado, los gendarmes. Del otro, los contrabandistas. En mitad
del camino, la muga. Durante décadas, el trasiego de mercancías que se
trasladaban a hombros de un lado al otro del Bidasoa, y viceversa,
esquivando los aranceles de los gobiernos español y francés se convirtió
en una práctica común.
El estraperlo, considerado ilegal por las autoridades, fue una
actividad popular tras la Guerra Civil y hasta bien entrada la década
de los 80, cuando se rompieron las fronteras de Europa y se implantó la
libre circulación de personas y mercancías. De Iparralde a este lado del
Bidasoa se traían azúcar, tabaco, anís, chocolate, toros sementales,
novillos, café, hilo de cobre y hasta barras de labios. Desde Hegoalde a
Iparralde se llevaban alcohol, conservas de atún, almendras o sardinas.
Era un trabajo que se hacía de noche (gau lana), por monte y burlando
la vigilancia de guardias civiles y gendarmes, que se las veían y
deseaban para perseguir a contrabandistas que conocían el terreno como
la palma de su mano.
Hace más de medio siglo, emulando este juego del gato y el
ratón, nació el Cross de los Contrabandistas en Sara, una carrera que,
como el contrabando, tiene su propias reglas, unos códigos que le
distinguen del resto de pruebas.
Los participantes (un máximo de 36) deben obligatoriamente
correr con pantalón largo, camiseta blanca y un dorsal a modo de peto.
Pero lo que distingue a la prueba, amén de la dureza del recorrido, es
el saco. El saco de ocho kilos peso (cuatro en el caso de las mujeres)
que deben portar en el primer kilómetro y medio del recorrido, y en los
últimos 300 metros.
Un paquete (el saco está relleno de arena) con el que los
participantes “imitan” a los contrabandistas que durante años cruzaron
la muga desde Biriatu a Luzaide. Como sucede cada año en agosto, un
restringido pelotón de corredores se darán cita mañana en la plaza de la
localidad labortana para afrontar una prueba que, si ya es de por sí
dura por tener que portar un saco, lo es aún más por su trazado.
Los participantes deben completar un recorrido circular de
ocho kilómetros que parte de Sara (77 metros sobre el nivel del mar) y
asciende hasta Zazpi Fago (522 metros con rampas del 51%), un paraje
situado a las faldas del monte Larun desde el que se divisa una soberbia
panorámica de Lapurdi. Desde este punto, y tras un descenso
vertiginoso, se dirigen de nuevo al casco urbano de la localidad, no sin
antes volver a coger el saco a escasos 300 metros de la llegada.
Con el paso de los años, la carrera se ha suavizado. En
las primeras ediciones, los corredores realizaban un recorrido más
largo y más exigente, y debían cargar durante todo el tiempo con un saco
de 25 kilos. La hora de la carrera (cinco de la tarde) y el calor
endurecían aún más la prueba, muy popular en las localidades de la muga.
Las altas temperaturas provocaron hace unos años el desfallecimiento de
varios corredores y en 2011 el fuerte calor llevó a suspender la
prueba, que ahora se disputa a las nueve y media de la mañana, para
evitar las horas a las que más aprieta el calor.
dos corredores por pueblo La
carrera guarda más particularidades. Los corredores representan a
localidades fronterizas (entre ellas Irun y Hondarribia), nueve de este
lado de la muga y otras tantas de Iparralde. Cada municipio corre con
dos participantes y, de hecho, el trofeo que se entrega al pueblo
ganador queda en manos del Ayuntamiento de turno.
Más conocido en Iparralde que en Hegoalde, ganar el Cross de
los Contrabandistas permite disfrutar al vencedor de cierto prestigio,
al menos entre la afición atlética de la muga. El beratarra Fernando
Etxegarai, con siete victorias, ostenta el récord de triunfos y la mejor
marca de la carrera (38 minutos y 36 segundos en 2006), y el irundarra
Rikardo Toro, cuatro veces vencedor (1979, 1980, 1985 y 1986) y hoy
sexagenario, suma la friolera de 44 participaciones.
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