Cuatro niños juegan en el salón de una casa corriente de una familia corriente. Son tres chicas y un chico. Han montado una cafetería especializada en cup cakes. Cada uno desempeña su papel y tiene asignada una tarea. Una prepara los cafés, otra se encarga de elaborar los cup cakes(para que nos entendamos, las madalenas de toda la vida, pero de colores), una tercera atiende las mesas y hace los pedidos, y el chaval lleva la barra. Tienen todos los utensilios: tazas, cucharillas, azúcar, café, bandejas con cup cakes invisibles (se comen pero no se ven), bolis, libretas, una caja registradora en la que usan los billetes del Monopoly, etc. Yo soy su cliente y hago el paripé. El trajín en la cafetería es espectacular. “¿Están ya esos cup cakes?”. “Te he pedido dos cafés”. “¿Cómo vamos con la mesa 3?”. “Venga ese café con leche, que lo tengo que llevar ya”. Andan los cuatro en un sin parar. Miro a mi interlocutora y le preguntó que por qué tanto estrés. “Es lo que ven. Ven estas situaciones en la calle, en las tiendas, en casa y, sobre todo, en la tele. No tienes más que ver programas como Masterchef, con los concursantes (ya sean niños o adultos) de un lado para otro, intentando acabar su receta a toda prisa”. Es el signo de los nuevos tiempos. Nosotros jugábamos a pelearnos contra los de Leguía o Altzate con arcos y flechas. Ahora se juega a estresarse haciendo cup cakes.
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