Teníamos el slow food, el slow travel, el slow cinema slow cities, y en los últimos años crece el número de adeptos a lo que podríamos denominar slow cycling, que no es otra cosa que disfrutar del ciclismo a la antigua usanza y sin prisas. Bicicletas de acero de hace más de 20 o 30 años, con los cables de freno por encima del manillar y las manetas de cambio en el cuadro, chichoneras, calapiés con correas y maillots vintage son parte de los ingredientes de este movimiento que va calando poco a poco. Al abrigo de L’Eroica, la popular clásica que se disputa en la Toscana italiana y que en los últimos años ha adquirido relevancia en el calendario del ciclismo profesional, han surgido en el Estado un puñado de pruebas en las que, obviamente, no hay clasificaciones, los recorridos son más bien cortos, en ocasiones se hacen en grupo y atraviesan carreteras de asfalto rugoso e incluso con tramos de pavés. Por supuesto, en los avituallamientos no hay ni bebidas isotónicas ni geles ni barritas energéticas. Abundan los productos locales (torreznos de Soria en el caso de La Histórica, una prueba que se celebra en Abejar) y no faltan los porrones de vino. Todo parecido con la realidad que vemos a diario en nuestras carreteras es pura coincidencia. El ciclismo para nostálgicos y románticos se abre paso.
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