Huyen de la guerra, de las
bombas y las balas, de un país desangrado, que parece que es la última
de las prioridades para eso que se llama la comunidad internacional.
Escapan de la miseria y el caso es que no les habríamos prestado
atención alguna si hubieran huido hacia al este, a Irak, o hacia el sur,
a Jordania. Pero lo han hecho hacia el norte, hacia una Europa que ha
mostrado que sus dirigentes no están a la altura. La inacción y la
lentitud con la que se han movilizado la CE y su ejército de 38.000
funcionarios para atender la llamada de auxilio de la población siria
resulta vergonzosa. No es ya que los Estados no se pongan de acuerdo en
el número de personas que deben acoger, es que tratan a seres humanos
como si fueran mercancía barata. Hablan de cupos. Rajoy, que siempre lo
puede hacer peor, negoció a la baja la acogida en España de 2.739
refugiados (¿y por qué no 2.731, o 2.810, o 10.000?). Podía haber dicho
aquello de “nosotros, en España, a raíz de la guerra del 36 también
sufrimos el exilio de miles de ciudadanos. Sabemos de qué nos hablan,
sabemos cómo estarán sufriendo, así que nos pueden asignar el número de
refugiados que consideren oportuno”. Pero no. Pues eso, Mariano, 161
personas por cada comunidad autónoma. Un esfuerzo enorme, vamos.
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