el Zinemaldia vendió el
pasado domingo más de 58.000 entradas, concretamente 58.987, en solo
doce horas. El éxito de público del festival resulta indiscutible año
tras año. En la última edición pasaron por taquilla 169.000
espectadores, una cifra que no admite comparación con los otros tres
certámenes (Berlín, Venecia y Cannes) que integran el Grand Slam de la industria del cine. Resulta paradójico que se vendan miles de tiques en una ciudad que hace dos telediarios
ha visto cómo se cerraban las nueve salas de cine de La Bretxa. La
razón hay que encontrarla en que el Zinemaldia es algo más de un
festival, es un plan perfecto de poteo-pintxo o
bokata-película-tertulia. El entorno también cuenta, y en este caso
Donostia reúne todos los ingredientes para hacer de la visita al
festival una cita obligada. Compramos de antemano entradas para la
película iraní de turno que luego puede resultar un truño, o acudimos al
ciclo del cine independiente japonés, que debe ser como ver un
Empoli-Carpi de la Serie A italiana. De hecho, varios de los títulos de
la Sección Oficial no traspasan luego la pantalla del cine comercial.
Pero qué más da. El caso es disfrutar. Hacer el paseíllo a actrices y
actores, pisar la alfombra roja y, si eso, ver una buena película. Más
cine, por favor.
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