viernes, 9 de octubre de 2015

Bricomanía

me encantaría entrar en una ferretería, o en uno de esos grandes almacenes de la construcción tan de moda últimamente, que te venden desde un martillo a una caldera, y saber para qué sirven los centenares de herramientas que muestran en las estanterías. Habitualmente desconozco para qué diablos sirven la mayoría de artilugios. Con frecuencia llegan al buzón de casa folletos repletos de páginas y fotos con las características de mil productos que me resultan tan extraños como las partes del motor de un coche o las especificaciones de los catálogos de ordenadores. Es duro ver sentado en el sofá que el tipo de Bricomanía es capaz de construir una piscina y, mientras, tú tienes que recurrir a tu cuñado para colgar un cuadro. Primero, porque no tienes taladro, un arma de destrucción masiva en tus manos. Segundo, porque te invade el temor a hacer un estropicio y que el agujero traspase la pared y llegue hasta la cocina del vecino. No digo ya si se trata de manipular algún aparato eléctrico. Cualquier chapucilla que no vaya más allá de cambiar una bombilla provoca a tu alrededor la sensación de que vas a causar un cortocircuito. Te ven los tuyos llegar con tu caja de herramientas de la señorita çPepis y les entra el pánico. ¿Un manitas nace o se hace?

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