deduzco que en la próxima
revisión médica, a las ya clásicas preguntas del galeno (¿Bebe? ¿Fuma?),
se añadirá una tercera: “¿Come carne roja, caballero?” “49 gramos al
día. Ni más, ni menos”, responderé. Cada vez que leo alguna información
sobre el cacareado informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS),
recuerdo los cuatro chuletones que nos zampamos hace quince días en
Otsondo. Cojonudos no, lo siguiente. Carne roja, no, rojísima, cortada a
trocitos, con un caldito en el que podías mojar tus barquitos de pan.
Un goce para el paladar y el estómago, un atentado para nuestro
organismo, a decir de los señores que velan por nuestra salud. Lo que no
mata, ya no engorda, directamente mata. O, como señalaba en El País María
Ballesteros, de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición,
“podríamos llegar a la conclusión de que no tenemos que comer nada. No
moriríamos de cáncer sino de hambre”. De hambre, afortunadamente, no
morimos. Si la cosa se pone fea, siempre nos quedarán los insectos que,
según aseguran los expertos, aportan proteínas de alta calidad y son
consumidos por más de 2.000 millones de personas. Hay hasta un ranking
por cantidad consumida. Apunten: los escarabajos lideran la lista, por
delante de las orugas, las abejas, las avispas y las hormigas. On egin
dizuela.
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