Sabíamos que José Ignacio Munilla es un provocador y un sectario. Ahora sabemos también que es un miserable moral. El obispo de Donostia, afín al sector más ultra de la Iglesia católica española, esta vez se ha pasado tres pueblos. No solo por respaldar las deplorables declaraciones que el arzobispo Antonio Cañizares efectuó a mediados de octubre, cuando puso en duda que la mayoría de los refugiados que huían entonces y huyen ahora de Siria fueran “perseguidos”. El tuit de Munilla (“el Cardenal Cañizares fue injuriado por alertarnos del peligro. ¡Cuántas lecciones nos da la historia!”) es una ofensa para las miles de personas que escapan de la guerra y de la miseria en Siria, que escapan de bombas, balazos y atentados como los del pasado viernes en París. De un obispo se espera mesura en sus palabras, fraternidad en su mensaje y el uso de un lenguaje prudente y cuidadoso. Todo lo contrario a lo que expresa en su mensaje Munilla, que aprovecha la primera oportunidad y una información que luego resulta errónea (el hallazgo de un pasaporte sirio en el lugar de uno de los atentados) para mezclar churras con merinas, y meter en el mismo saco a terroristas y refugiados. Un mensaje lamentable, desgraciadamente muy en la línea de un obispo que una vez más queda retratado. Un obispo muy alejado de la doctrina que ha predicado Francisco durante la crisis de los refugiados. Solo unas líneas más abajo, en la misma información que acompañaba el tuit de Munilla, se recordaba el llamamiento del Papa a los obispos de Europa para que sus diócesis acojan a los refugiados. “La Misericordia es el segundo nombre del Amor”, señalaba Francisco. Si tuviera una pizca de dignidad, Munilla rectificaría y pediría perdón. No lo hará. Ni siquiera ha borrado el mensaje en su cuenta de Twitter. Resulta indigno que un personaje como él sea el máximo representante de la Iglesia guipuzcoana.
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