Pereza infinita me provoca
la campaña electoral. Ahora llega la de las generales. Antes fue la de
las catalanas. Antes de antes, la de las forales y municipales, y antes,
de antes, de antes, la de las andaluzas. Cuatro convocatorias y cinco
elecciones en lo que vamos de año. Debe ser récord mundial. Agotados ya
todos los mensajes en una precampaña que arranca justo cuando se vacían
las urnas de la campaña anterior, los candidatos (no hay candidatas en
el star system político español) afrontan a partir de la noche
del próximo jueves una frenética operación por vender promesas que no
van a cumplir. Bien porque no llegan al poder, bien porque, cuando
llegan, si te he visto no me acuerdo. Con la credibilidad bajo mínimos y
dado que, según el último Barómetro del CIS, los partidos y los
políticos siguen siendo un problema y una preocupación para los
ciudadanos (el cuarto problema en orden de importancia), ahora se
dedican a otros menesteres. Si hay que pasear en un elefante, se pasea. Y
si el paseo en un plató de televisión, mejor. En Gipuzkoa, más zomorros,
el clásico de los clásicos es subirse a una barquita en la bahía de
Pasaia y prometer la regeneración. Luego no hay dios que ponga de
acuerdo a las administraciones. Pero ese es otro cantar.
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