Aviso. Todo lo que escriba a partir de esta línea es susceptible de ser calificado como injusto. Una regla no escrita afirma que a todo proyecto que se precie se le debe conceder un periodo de gracia de al menos 100 días. El flamante edificio de Tabakalera cumple hoy 120 días pero, como somos más benévolos que nadie, le vamos a otorgar 200, 365 días, dos años, cinco o, si me apuran, una década para que se consolide. Transcurridos casi cuatro meses, hay más continente que contenido. Pongamos que visitamos este mastodonte cultural el lunes 4 de enero al mediodía como cualquier turista de vacaciones. Al visitante ocasional le llama la atención las dimensiones del edificio. Gigantesco. Hay metros cuadrados para dar y regalar. Otra cosa es el trajín. Será que fui el día y a la hora con menos actividad, el día tonto de la semana, vamos. Ya es mala suerte que la muestra con la que se abrió el edificio se hubiera clausurado la víspera, y que también estuvieran cerradas las salas de exposiciones de Kutxa y El Soto. El caso es que, a falta de que se abran instalaciones como la biblioteca, da la sensación de que en Tabakalera hay mucho arroz para poco pollo. Impresiona el trabajo de remodelación, impresionan las vistas desde la terraza y hay aulas para mil talleres. Pero aún hace frío. Eso sí, el chocolate de máquina, muy rico.
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