viernes, 22 de abril de 2016

De albornoces y jarrones

pertenezco a ese 40% de clientes que nunca se ha llevado un albornoz de un hotel. Tampoco una toalla, unas sábanas bajeras o una almohada pi pillow. A lo sumo, he arramplado en más de una ocasión con esas pequeñas muestras de gel y champú que tanto gustan a las pequeñas de la casa y que acaban luego confundidas entre peines, cepillos, ganchitos y cremas. Ni siquiera suelo coger (será que no me hace falta) el típico gorro de ducha. Pero basta hacer una encuesta en un grupo de WhatsApp para comprobar que llevarse un trofeo de un hotel es un deporte nacional. Un amigo asegura que lo usual es incluir en la maleta de vuelta una toalla y unas zapatillas, pero que una vez le dio el punto y saqueó también un jarrón con flores de un Meliá. “Quedé como dios con la abuela del amigo que nos había invitado a pasar unos días en su ciudad”, recuerda. Otro amigo asegura que le va más beberse hasta los hielitos del mueble-bar y luego contestar con un rotundo “no” cuando le preguntan amablemente en recepción aquello de si ha realizado alguna consumición. Pero lo más de lo más es alojarse en un apartamento, comprobar que en la relación de utensilios no figura una lustrosa plancha Princess de asar que has visto sobre la encimera y llevártela a casa como quien no quiere la cosa.

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