Si el pasado sábado por la
mañana me hubieran enseñado un papel con los nombres de Ángel Sastre,
José Manuel López y Antonio Pampliega, no hubiera acertado a adivinar si
eran políticos, actores o ciclistas. Supongo que no hubiera sido el
único. Horas después, ya por la tarde, ocuparon la primera línea de los
informativos. Los tres eran (son) periodistas que durante diez largos
meses han permanecido secuestrados por el Frente Al Nusra, una filial de
Al Qaeda, en el fuego cruzado de Siria. Aseguraba el lunes el
fotoperiodista Gervasio Sánchez que en secuestros de este tipo a los
medios de comunicación se les pide que cierren filas y guarden silencio
o, todo lo contrario, que sean generosos y ofrezcan una gran cobertura.
Sastre, López y Pampliega pertenecen al primer caso. Apenas han
trascendido detalles del secuestro, tampoco cuando ya se han encontrado a
salvo de sus captores. Marc Marginedas, Javier Espinosa y Ricardo
García Vilanova, secuestrados en septiembre de 2013, pertenecen al
segundo supuesto. Todos los días hubo referencias sobre sus cautiverio
en los medios. Entiendo que habrá razones de peso para entender el
diferente tratamiento informativo de unos y otros secuestros. Todo sea
porque el final sea feliz.
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