Después de dos años
virgen, sin que nadie pisara su cima, el Everest ha vuelto por donde
solía o, lo que es lo mismo, ha sido tomado por las expediciones
comerciales. Una cordada de nueve sherpas coronó el 11 de mayo el techo
del mundo y puso fin a largos meses sin ascensiones, bruscamente
interrumpidas, primero por una avalancha que en 2014 arrasó el campo
base y provocó 16 muertos, y luego, en 2015, por el terremoto que
devastó Nepal. Una vez abierta la veda, la vía clásica del Everest por
su vertiente sur ha sido un rosario por el que han desfilado decenas de
montañeros siguiendo la ruta previamente equipada por los sherpas. Se
calcula que unos 400 alpinistas han hollado el Everest, aunque solo
cinco lo han conseguido sin recurrir a las botellas de oxígeno. Y sabido
es que la diferencia entre subir un ochomil con o sin oxígeno
es como cruzar el Canal de La Mancha nadando a pelo o con aletas.
Abierto el melón, la vanidad y la banalidad han vuelto a sentirse en las
faldas de la cumbre más famosa del planeta. No basta con subir al
Everest, debes ser el primero de tu categoría. Así que si ya teníamos al primer astronauta en pisar la cumbre o al primero que descendió en esquís, ahora ya tenemos al primer amputado de guerra, un exmarine, que holla el Everest. Que pase el siguiente.
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