después de dos semanas
largas de competición, y a falta de dos durísimas etapas en los Alpes y
del paseo triunfal por los Campos Elíseos, lo mejor del Tour son las
imágenes desde el helicóptero. Paisajes espectaculares desde el aire y
monotonía sobre el asfalto. Entre un Froome que brilla cual robot y unos
rivales que bastante tienen con conservar sus posiciones, la carrera
está siendo un sopor. Es lo que tiene el ciclismo de los últimos
tiempos, sobre todo en el Tour. El todopoderoso Sky (30 millones de
presupuesto anual) lo tiene todo tan absolutamente controlado y
programado, que no hay lugar a la improvisación, a un Chiappucci que
ataque a 200 kilómetros de la meta. La carrera se bloquea y el
aburrimiento se apodera del espectáculo. Nada que ver con el último
Giro, emocionante como pocos, con un Nibali que desbancó a Esteban
Chaves del liderato sobre la bocina, en el último puerto de la penúltima
etapa. A nadie se le escapa que el Tour es duro, muy duro, pero
quedarán pocos momentos para el recuerdo: el descenso de Froome en el
Peyresourde y su ascensión sin bici al Mont Ventoux. Entre tanto minuto
vacío, en la representación vasca, amén de Mikel Nieve, sobresale Haimar
Zubeldia, un prodigio de regularidad. Quince Tours después, se
encuentra entre los 25 primeros.
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