Desde los JJOO de
Barcelona’92, con excepción de Atenas’2004, el piragüismo en aguas
bravas de Gipuzkoa siempre ha tenido al menos un representante en la
competición que más luce en el palmarés y que más trascendencia suscita
entre los no iniciados en uno de esos mal llamados deportes
minoritarios. Si no hubo representantes antes fue porque la modalidad se
recuperó como disciplina olímpica en 1992 tras una única incursión en
Múnich’72. El histórico oro de Maialen Chourraut no es flor de un día
sino que responde a una larga y ardua labor de clubes como el Atlético
San Sebastián o Santiagotarrak. Hay cantera, pero esos buenos mimbres no
trabajan precisamente en las condiciones ideales, como apuntó de
refilón la campeona olímpica el martes. Si alardeamos de nuestra cultura
deportiva, de que fomentamos el multideporte y de que cuidamos con mimo
disciplinas que pasan desapercibidas en otros lares, deberíamos
plantearnos si no es hora de disponer de un canal de aguas bravas para
que las promesas se formen como es debido. Pau (dos horas en coche) y La
Seo d’Urgel (a 400 kilómetros de Donostia) son hoy las únicas
alternativas, al margen del canal (por llamarlo de alguna forma) que
existe en el Bidasoa, en el paraje de San Miguel. Hoy más que nunca se
echa de menos aquel proyecto de Oxinbiril, en Irun, el canal que nunca
llegó.
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