estamos en esa fase de la
vida en la que durante la fiestas de los pueblos (y ciudades) hay que
poner hora de regreso a casa a la chavalería. Sorprendentemente, los
padres, y madres, de los amigos y amigas de tus vástagos son siempre más
flexibles que tú, padre ingrato y cicatero. Si tú dices que a la una de
la madrugada en casa, ellos (los otros padres, se entiende) “les dejan”
hasta la una y media o, vaya por dios, hasta las dos. Rebobinas en tu
memoria y no tienes ni pajolera idea de a qué hora llegabas a casa con
13, 14 o 15 años. No recuerdas lo que has hecho hace media hora, como
para echar la vista 30 años atrás. Así que recurres a un amigo, que
tampoco te saca de dudas. “Ni idea. No sé a qué hora íbamos a casa. Solo
recuerdo la primera vez que llegué a casa tocado. Fue después
de la cena de fin de temporada del equipo de fútbol. Entramos en un bar,
bebimos como campeones, bailamos como si no hubiera un mañana y ya fue
un sin parar. La noche fue movida. Primero sufrí en la cama el famoso
fenómeno del barquito (todo se mueve en el techo y no sabes por
qué) y luego vomité hasta el postre para risión de mi madre y mi
hermana. La culpa fue del pacharán. Desde aquel día no lo he vuelto a
probar”.
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