Si se asoman estos días a
la tele para presenciar alguna de las pruebas del Mundial de Ciclismo de
Doha (Qatar), comprobarán que en las aceras no hay ni Alá. No hay
público. Los ciclistas marchan rodeados de una sucesión de rotondas,
obras, áreas residenciales de lujo y vallas sin espectadores. Solo en la
zona de meta se suele apreciar a un puñado de aficionados que aguanta
estoico una temperatura de 35 grados y una humedad insoportable. Como el
recorrido es insípido (no hay siquiera una tachuela), las carreras son
de siesta y orinal. Organizar un Mundial de Ciclismo en Qatar es como
llevar una prueba de esquí alpino a la playa de Copacabana. No hay por
dónde pillarlo. A la UCI se la trae al pairo porque solo le interesa
ingresar dinero, cuanto más mejor. La Gazzetta dello Sport publicó
ayer que Qatar ha pagado diez millones por albergar la competición,
cinco más de lo habitual. Supongo que dentro de unos meses o años
alguien destapará los trapos sucios. Al igual que a la UCI, a muchos de
los organismos que gobiernan el deporte cada vez les importa menos el
público, que hasta hace nada era un ingrediente indispensable para el
espectáculo. Solo hay que ver los infames horarios de la Liga, rehén del
maná de millones que pagan las televisiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario