sábado 15. Vuelvo a casa a
eso de las 23.15 horas, enciendo la radio del coche y escucho a un
periodista que explica, en una conexión en directo desde Barcelona,
donde se falla el premio Planeta, cómo el jurado se encuentra en esos
momentos deliberando y que ya va por la cuarta votación para elegir al
ganador y al finalista entre las novelas que han sido seleccionadas
(bajo seudónimo) del total de 552 presentadas al concurso. Poco más de
media hora después, llego a casa, pulso Twitter en el móvil y
leo un rosario de mensajes anunciado el nombre de Dolores Redondo como
ganadora. Segundos después, como por arte magia, un usuario de la red
social publica una página entera de la primera edición de El País
con todo tipo de detalles sobre la escritora, su vida y su obra (¿Pero
no habíamos quedado en que el jurado estaba deliberando?). Pese a que
durante la velada el secretario del jurado se asoma una y otra vez por
el estrado para dar cuenta a los invitados de cómo marchan las
votaciones (el jurado cena en un salón aparte), la parafernalia que
rodea el fallo no deja de ser un paripé que se repite año tras año. Una
gigantesca campaña de marketing en vísperas de navidad en la
que Planeta echa la casa por la ventana para agasajar a sus más de 1.000
invitados. Vamos, la fiesta de Porcelanosa de la literatura, pero sin la Preysler.
No hay comentarios:
Publicar un comentario