sábado, 10 de diciembre de 2016

JULIO VILLAR: "Ni los miserables ni los muy ricos son felices”

30 años después de publicar ‘Viaje a pie’, Julio Villar (Donostia, 1943) acaba de reeditar, junto a Sua y el Club Vasco de Camping, esta obra que estaba descatalogada. El montañero y navegante guipuzcoano ha añadido a aquel libro publicado en 1986 nuevos escritos bajo el título Mar de nubes. Villar es autor también de ¡Eh Petrel! Cuaderno de un navegante solitario, que vio la luz en 1988, ya va por los 50.000 ejemplares vendidos y tiene su propia obra de teatro que representa Astrolabium Teatroa. De verbo pausado, Villar repasa su intensa vida y habla de su pasión: andar.

¿Es escritor, montañero, navegante, aventurero, o todo a la vez?
-Soy una mezcla de todo y nada. No soy un montañero al uso, no soy un navegante al uso porque soy muy terrícola, y no soy escritor. Voy y he ido muchas veces a andar con unos cuadernos en los que tomo apuntes y pinceladas, y a veces escribo un poema, pero no pretendo ser escritor. No tengo sus picardías y triquiñuelas. Al no ser escritor, a la gente le gusta bastante lo que he escrito. Tampoco soy dibujante y mis dibujos son de aquel que no sabe dibujar.
¿Dibuja y escribe en sus caminatas?
-Normalmente dibujo después. No puedo pensar en un texto y dibujar.
Pero cuando anda, toma notas.
-Sí. Lo que he escrito en el libro es lo que he ido anotando.
Su vida ha sido muy nómada.
Sí. Cuando era pequeño ya soñaba con viajar. En el prólogo del libro ya cuento que de niños hacíamos viajes imaginarios en casa. Mi padre nos sentaba en el sillón y nos decía: Vamos a viajar. Nos tapábamos con una manta a cuadros y nos preguntaba: ¿A dónde vamos hoy? Mi padre siempre quería ir al Tirol. Una persona que soñaba, que tenía seis hijos y que no podía viajar, decía pues nos vamos al Tirol. Viajábamos al Tirol, al desierto de Gobi, al Amazonas, a Manao... El viaje se acababa cuando mi madre decía: Venga, a cenar.
¿Vivir a su manera le ha permitido ser dueño de su vida?
Yo he tenido suerte de haber nacido donde he nacido y en el momento en el que he nacido. He podido elegir. He sido dueño de mi vida, pero es muy relativo porque a veces crees que llevas el timón de tu vida y no lo es tanto. Cuando eliges algo, dejas otra cosa. Si hubiese nacido en Bangladesh, Rumania, Siria o el Chad, igual hubiese sido otra cosa y no hubiese escrito libros. He tenido suerte de nacer aquí, donde todo es opulencia.
¿Sigue escalando?
-Poco. Ando mucho. Cuando ando, soy el que siempre he querido ser.
Pero sigue llevando a montañeros a excursiones que son de todo menos convencionales. A lugares diferentes y de forma diferente.
-Elijo una región y, si me gusta, voy con mis amigos. Me gusta vivir mi aventura, que me pasen cosas, conocer a gente, descubrir txokos, fuentes preciosas… Luego voy con mis amigos y repetimos, o no, lo que yo he hecho previamente. Pero primero me tengo que enamorar de la región. Me gusta llegar a pueblos andando, sobre todo a aldeas pequeñas. Me gusta entrar en los bares de los pueblos en los que están cuatro viejos. Haces amistad con ellos, con los pastores. Cuando voy a pie conozco a muchos pastores y descubro que es gente de mucha clase. Una vez me topé con un pastor que era poeta. Intercambiamos versos, le mandé mis libros, él me mandó un libro suyo con canciones, una preciosidad. Como camino solo, hay veces que los pastores creen que yo también soy un pastor. Así que alguna vez he acabado cortando rabos de corderas. Aunque no son iguales los recorridos que hacía hace 30 años que ahora. Las abuelas que conocí hace 30 años han muerto. Eran la conciencia del país. Los pueblos medio deshabitados se han despoblado y en algunos solo quedan jubilados.
¿Qué ha aprendido de las caminatas por el Prepirineo?
-Hice esa caminata que cuento en el libro sin mapas, a lo que salía. Iba sin dinero, y tuve que hacer cositas como vendimiar para tener dos perras. Aprendí qué es una lección de humildad y aprendí a prescindir de cosas. Trabajamos como tontos para pagarnos cosas que no necesitamos. Caminando encuentras gente muy estupenda y muy sencilla. Es un espejo en el que tú también te ves.
En el camino disfrutó de pequeños placeres.
De muchos. Los pequeños placeres más tontos como hacerte una cenita con una botella de vino que te acabas de comprar. Son placeres que los puedes tener en tu casa, pero allí están más a flor de piel. La sensibilidad, las emociones... Son pequeñas soledades que te nutren, que te hacen sonreír. Son soledades que tienen su fin. Es una soledad elegida.
¿Qué necesita para ser feliz?
-Poca cosa, pero no nada. La miseria no sirve para ser feliz. La miseria es peor que el exceso. Ni los miserables ni los muy ricos son felices. Un director de banco forrado de pasta no es más feliz que yo.
A las excursiones lleva lo imprescindible.
-Sí, y además no hago concesiones al lujo. El lujo ya lo tenemos. Acabo de llevar a unos amigos andando desde Betelu a La Rioja por Urbasa, Lokiz... Hemos andando una semana entre bosques. Más lujo que eso no hay.
Dice en el libro que el Pirineo es el mejor lugar del mundo. ¿Lo sigue siendo ahora o ya no? El libro lo escribió hace 30 años.
-Han cambiado muchas cosas y se ha masificado alguna cumbre, pero no todas. Tú vas a una cumbre principal y está llena pero igual las cercanas están vacías. El mundo ha cambidado mucho también. En las escaladas que se hacen en Pirineos no se hace mucho más de lo que se hacía antes. El montañero, o es montañero de vía normal, o es escalador de vías extremas. Hace 30 años las escaladas clásicas del Pirineo eran vías como la del norte del Vignemale y no había nadie o casi nadie. La oeste del Dru la he hecho dos veces y nunca había nadie en las paredes. Éramos solo la pared y nosotros. Ahora puede haber diez cordadas en cada pared.
Un accidente en el monte le llevó a probar con la navegación. ¿Le había atraído hasta entonces el mar?
Era un sueño dormido. Pensaba: qué bonito tiene que ser navegar en un barquito pequeño, pescando, parando en islas.. Tuve un accidente en la arista del Peuterey, en el Montblanc, me partí la pierna, estuve dos días colgado en la pared con una fractura abierta (muestra su pierna todavía con las secuelas de aquel accidente) y me operaron varias veces. Estuve dos años de operaciones.
Entonces es cuando decide navegar.
-Sí, conseguí que me prestaran un barco y me marché.
Cuando zarpó de Barcelona, ¿era consciente de lo que iba a hacer?
-No. Pensé: Voy a ir hasta América. Pero llegué a América, y dije, vamos a ver las islas del Pacífico. Y así seguí y seguí.
¿Sabía de veleros, viento, navegación?
-Nada de nada. No sabía nada. Me compré un sextante en Algeciras, unas tablas para navegación y embarqué. Mirando ejemplos conseguí descifrar cómo se navegaba, las alturas del sol, las estrellas, algún planeta.
Era un autodidacta.
-Pero no es tan difícil. Solemos tener miedo de lo que no conocemos. Pero no nos conocemos a nosotros mismos. Somos los grandes desconocidos.
Estamos hablando de unos años que nada tienen que ver los tiempos actuales.
-Ahora vas con un GPS, un motor...
¿Qué llevaba?
-El barco, sus velas y poco más.
Su barco, ‘Mistral’, está considerado aún uno de los más pequeños que ha dado la vuelta al mundo.
-Habrá habido más pequeños pero hoy en día no tiene sentido ir en un barco tan pequeño porque por mi poco dinero te puedes comprar un buen barco.
Volvería hecho un lobo de mar.
-Sí, sí. En cuatro años no sé si lo aprendí todo, pero sí. Me gustaba navegar sintiendo el viento, las olas... Ahora se va con cuadrantes digitales, no miran de dónde viene el viento. Antes ibas mirando las olas, las nubes, los pájaros...
Ha cruzado el Atlántico quince veces.
-Con el Mistral crucé tres. Llevaba muchos barcos al Caribe, y otras veces los traía. El viaje de ida es fácil pero el de vuelta puede ser más problemático. Alguien que no quería llevar el barco, me lo pedía a mí. No me gustaba que me metieran prisas. O voy tranquilo o no voy. Eran barcos de propietarios que en invierno quería navegar por el Caribe. Luego los traía. Me gustaba ir con amigos.
En su vuelta al mundo llegó a navegar con Marlon Brando.
-Yo trabajaba en un barco en Tahití con un hombre que era músico y de vez en cuando este hombre invitaba a amigos. Marlon Brando y los Beatles eran amigos suyos. Me tocó ir con Marlon Brando. Luego nos vimos en Papeete. Venía a bordo, charlábamos como tú y yo ahora. Muy a gusto y normal. Cuando me iba a marchar, me regaló un motorcito fuera borda. Conocí a mucha gente, desde actores como Brando hasta embajadores que me llevaban a su casa.
En algunos lugares permanecería mucho tiempo.
-En Tahití estuve seis meses, en Nueva Zelanda otros seis… Más tenía que haber tardado en dar la vuelta al mundo pero no me arrepiento de haber vuelto. Tenía claro que quería hacer cosas como ir a Soria, Teruel y Pirineos, y encontrar a mis amigos de aquí y volver a recuperar la poesía.
Participó en la expedición Tximist al Everest pero los ‘ochomiles’ no le han atraído.
-No. Nosotros vamos con dinero a un país donde no hay dinero, hay pobreza... y tienes que ir a poner la bandera de no sé qué. Entonces solo se podía ir con expediciones comerciales. Lo que vino después en el Himalaya no tienen ni color con lo que era entonces (lee uno de los textos que dedica en el libro al Himalaya). Cuando veo fotos del Everest con 200 personas subiendo a la cumbre… Eso no. Se ha banalizado mucho. Poca gente tiene espíritu viajero. El Everest se ha convertido casi en Disneylandia, aunque te puedes quedar allí como estés en un mal sitio y te entre una nube. Pero hay cuerdas fijas de abajo a arriba, los sherpas están arreglando la Cascada de Hielo constantemente...
El montañismo se ha diversificado. Antes era solo andar. Ahora se practica la bicicleta de montaña, correr, barranquismo…
-El montañismo antiguo era muy completo. Ahora vas por un collado cerca del Posets y ves que están preparando una carrera de montaña y que está todo lleno de banderas, puestos, cintas… Qué pena. Tengo amigos korrikalaris pero no me va. Prefiero ir al monte en cuadrilla, dormir en una cumbre, ver las estrellas...
¿Se puede viajar por la vida con mucho tiempo y poco dinero?
-Sí. Esa ha sido siempre mi fórmula. Ahora ya no lo hago siempre porque tengo familia y tengo que adaptarme a sus hábitos. Hago doble vida. Voy con mi familia de una forma, y cuando voy solo, de otra. Sigo manteniendo el espíritu viajero aunque me vaya a Estella andando.
“Puedo vivir sin coches, sin autovías, sin aviones, pero no sin libros, sin cultura”, decía hace muchos años en una entrevista en ‘Pyrenaica’.
-Sí. Lo que pasa es que ahora estoy perdiendo vista y puedo leer poco.
¿Qué lee?
-Navegando he leído de todo. Intercambiaba libros. En castellano o en francés. El Quijote lo leí en francés. Y lo demás, todo lo que caía. Me regalaron una tablet pero no me las apaño. Me gusta el libro, el objeto, el color, la portada, el peso… No es lo mismo entrar en una librería que en un sitio en el que venden aparatitos.
¿Sigue escribiendo?
-Voy con mi cuadernito tomando notas. Para este libro ha escrito 50 páginas aunque pensaba que ya lo había contado todo. He aportado aventuritas mínimas.
¿Cómo lleva la vejez?
-De momento, muy bien. Estoy vivo, sé qué cosas me gustan y, si puedo andar por Soria o Teruel y el cuerpo me funciona, estar vivo es una maravilla. Hago cosas que antes no hacía. Pero no lo he elegido por sabiduría sino porque me gusta. Si me cojo la mochila, un autobús y me pongo a caminar por Soria, es que me gusta. Me gusta parar y dormir debajo de un árbol o en una cueva, o al pasar por un pueblo comer en un restaurante…
¿Dónde le gusta perderse?
-Cualquier sitio puede ser el lugar más bonito del mundo: Urbasa, Aralar… Soy poco urbano pero en las ciudades también disfruto. La vida no es solo el monte. Me gustan tantas cosas que me parece escaso ser solo montañero.
¿Sigue navegando?
Poco. La última vez que lo hice fue para acompañar a un amigo a Canarias. Hace tres años. Ya no hago viajes largos. No me da pereza ir hasta América, pero dar vueltas por aquí no me apetece. Ordenar el barco solo para dar unas vueltitas y volver al puerto no me apetece. Y en el monte igual.

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